Posteado por Francisco Javier León, martes 25 de marzo de 2014.
Tengo la impresión de que cada día descubro algo interesante que me resulta cercano cuanto más alejado está, pequeñas pinceladas bibliotecarias que me hacen sonreír, historias e ilusiones en forma de pequeños proyectos de los cuales aprendo para seguir creciendo en este mundo en el últimamente solo se nos vende corrupción y guerras.
En Gran Canaria hay dos compañeras de batalla llamadas Sandra y Yurena que están a cargo de la Biblioteca Pública Municipal de Agaete, un municipio cuya economía se ha basado en la agricultura y la pesca, pero que mantiene ese ambiente de unión entre los vecinos, que se percibe incluso cuando entras por la puerta de dicho centro. Ellas son las culpables de ese mundo mágico que han creado a base de trabajo y esmero diarios.
¿Por qué me ha llamado la atención la labor que hacen? Porque son partidarias de innovar, de cambiar ese rol obsoleto al que ya hemos hecho alusión otras veces consistente en convertir las bibliotecas en espacios donde debe imperar el silencio. Para ello, han introducido nuevos factores que han permitido dinamizar la suya, generando de paso inquietud entre los usuarios. Es un planteamiento simple, pero hay que tener ganas de hacerlo.
Sin dinero de por medio, en febrero pasado celebraron el Día de las Letras Canarias. No hubo las típicas charlas aburridas ni gente trajeada, que no aporta absolutamente nada, porque la idea era precisamente otra: las paredes de su biblioteca de cuento, guardianes del mágico árbol del patio central donde habitan duendes, acogieron a niños de edades comprendidas entre los tres y los trece años y desde el lunes 17 hasta el jueves 20 se sentaron con ellos para confeccionar un mural con la vida y obra de Agustín Millares Sall, el escritor homenajeado este año, al mismo tiempo que les enseñaban retazos de su vida.
Pero incluso quince días antes de la fecha mágica del 21 de febrero mantuvieron una dinámica activa con diez niñas de edades comprendidas entre los siete y nueve años, trabajando poemas de ese escritor para recitarlos ese día.
Hace poco escuchaba en la radio que los árbitros de fútbol de la categoría infantil son como segundos padres, que llegan incluso a detener momentáneamente un partido para atarles los cordones de las botas de a unos críos que están empezando a valorar el esfuerzo que hacen. Sandra y Yurena son el mismo ejemplo de que hay que sentarse en el suelo para educar y enseñar desde edad temprana, con un lenguaje sencillo para comenzar a despertar inquietud en esos “pequeñines” usuarios.
Pero ellas fueron más allá y decidieron introducir la música en esa tierra mágica donde habitan sueños e historias porque entienden que es otra forma de fomentar la lectura y de las relaciones personales. De este modo, el Día de las Letras Canarias, después de que aquellas niñas recitasen sus poemas, las notas musicales surgieron por cada rincón de la mano del gran maestro verseador Yeray Rodríguez y los grandes rimadores Expedito y José María, acompañados del guitarrista Misael.
No es el dinero lo que determina que una biblioteca esté viva ni un fondo bibliográfico enorme que le de prestigio, sino ofrecer multitud de servicios y actividades novedosas a ese usuario acostumbrado a entrar en ella bajando la cabeza y en silencio. Al menos estos niños podrán contar que un día sus voces fueron allí más importates que todos esos libros y que aprendieron que el verseador es aquella persona que imporvisa una décima y a la que otro le contesta, un diálogo creativo para el cual es necesario dejar volar la imaginación, que se alimenta tanto de nuestra vida cotidiana como de lo que leemos. Como diría el maestro Manuel Rolo…
El Sinsonte con su maña
hace su canto lucir,
queriéndole competir
el Canario le acompaña;
trina dulce en su cabaña
brindando al mundo su son;
en jaula y en ramazón
canta siempre entusiasmado
y aunque sea encarcelado
brinda al mundo su canción.