Bibliotecas y estanterías: una relación de amor-odio

Tengo la impresión de que nadie se fija, de que hoy en día no hay nada más importante que tener una biblioteca con la mayor cantidad de servicios posibles dentro de un amplio horario de atención al público.

Se puede llegar al drama nacional si en una de ellas deja de funcionar el servicio de Internet porque entonces se paraliza nuestro vínculo virtual con el mundo en forma de teléfonos móviles, tablet y ordenadores; a navajazos si entre su fondo bibliográfico no consta el último libro de Ruiz Zafón; y hasta generarse una batalla campal si la persona que atiende a un usuario le hace un simple comentario orientativo respecto a los textos paupérrimos de Federico Moccia.

Pero nadie se fija, nadie le presta atención a las estanterías en una biblioteca.

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Estanterías no aptas para una biblioteca
Fuente: imagen reproducida del blog http://afaltademochuelos.wordpress.com

En los años que llevo trabajando en la mía y en otras muchas en las que he sido usuario siempre me encuentro con ese problema: falta una planificación eficaz que permita a todos los usuarios un acceso directo, sencillo, rápido y sin barreras a cualquier material que forme parte de ellas.

Se ha escrito mucho sobre este tema, indicando pautas y normas que se deberían cumplir para lograr esos objetivos, pero la realidad siempre es otra, mediatizada muchas veces por la falta de fondos económicos que permitan renovar las viejas estanterías que en ciertos casos forman parte de la propia fundación de determinados centros o reutilizar otras que no reúnen las características propias para este tipo de lugares.

Al final te das cuenta de que no se ha producido ese proceso regenerador que permita tener bibliotecas con las comodidades más simples y al alcance de todos los usuarios. De este modo, he visto estanterías aberrantes que perviven contra natura en algunas que presumen de modernidad; otras de esas metálicas de ferretería que con el tiempo acaban oxidándose, ofreciendo pequeños puntos color ocre que vetean su superficie; y las de salas infantiles sin vida, hasta el punto de no tener siquiera pegados pequeños letreros de colores con dibujos para hacerlas más atractivas.

No es de extrañar que uno se tope incluso con niños mirando desconsolados hacia las alturas, unos cuantos centímetros por encima de ellos que son todo un mundo, sin poder acceder a los libros por más que extiendan sus pequeños brazos debido a una aberrante disposición en altura de aquellas.

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Estanterías y libros: ¿una relación de amor odio?
Fuente: imagen reproducida del blog http://bibliotecas1978.wordpress.com

Pero lo que no puedo es dejar de sentir vergüenza al ver cómo un discapacitado se acerca a una de esas estanterías y no puede coger un libro porque una vez más está demasiado alto o porque aquellas están dispuestas junto a mesas y sillas de tal manera que tampoco le son accesibles por la falta de movilidad. En ese momento es cuando pienso que en realidad le estamos colgando la etiqueta de discapacitado porque hasta entonces era una persona normal.

Yo vivo cada día esta sensación, rodeado de gigantes con brazos de madera o metal a los que muchas veces no llego, recurriendo a sillas o a peligrosos taburetes para ponerme a su altura. Entonces me vienen a la mente esas bibliotecas antiguas donde había que subirse a una escalera móvil de madera, apoyada contra un rail que se colocaba a lo largo y ancho de la propia estructura de las estanterías, subiendo mi pequeño Everest para colocar un libro que nadie más que yo sabe dónde está.

Francisco Javier León Álvarez
Biblioteca Pública Municipal de La Orotava

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